Te conté mi trauma y lo reviviste
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Te conté trauma y lo reviviste

Hay algo profundamente doloroso en la vulnerabilidad compartida con alguien que, en el momento de un conflicto, puede tomar esa información y usarla como una espada. Hablar sobre un trauma, sobre las heridas que nos han dejado marcas profundas, es un acto de confianza y valentía. Es un intento de liberar, de sanar, de permitirle a alguien cercano que vea nuestro dolor para que, quizás, nos ayude a sostenernos. Pero ¿qué sucede cuando esa confianza se convierte en un arma en medio de una pelea?

En el fragor del enojo, cuando las palabras se desatan sin pensar, algunas personas recurren a las sombras del otro, a sus vulnerabilidades más oscuras. El trauma, esa carga emocional que ha costado tanto enfrentar, se convierte en un recurso para herir. En lugar de ser un puente de empatía, se transforma en una daga lanzada con la intención de hacer daño. No se trata solo de palabras dolorosas; se trata de una violación de la confianza, de una distorsión de la relación en la que el otro se convierte en una víctima, no solo del abuso o del sufrimiento pasado, sino también del abuso presente.

“Te conté mi trauma y lo reviviste”. Esa frase encapsula el dolor de sentirse expuesto de nuevo, pero no en un espacio seguro, no en un entorno de apoyo y respeto, sino en un campo de batalla emocional. La que antes era una conversación de sanación se convierte en un recordatorio de impotencia. La herida, que parecía cicatrizar, se abre una vez más, esta vez por manos que supuestamente debían sanar, no dañar.

Es esencial entender que en una relación, especialmente en una de pareja, la vulnerabilidad debe ser recibida con cuidado y respeto. No es un arma para usar en contra del otro, sino una oportunidad para generar empatía y unión. Cuando una persona comparte un trauma, está poniendo en manos del otro un pedazo de su humanidad más frágil, y no se trata solo de escuchar, sino de validar, de no utilizar esa información en momentos de cólera para rebajar al otro, sino de nutrir un espacio de comprensión mutua.

El daño no solo está en las palabras que se dicen, sino en lo que representan. Cada vez que se utiliza un trauma compartido como un ataque, se erosiona la base misma de la confianza en la relación. El amor y el respeto se desintegran lentamente, dejando en su lugar una desconexión profunda, una sensación de traición que se alimenta del rencor y la inseguridad.

Es importante también cuestionarnos por qué algunas personas recurren a este tipo de violencia emocional. ¿Es la ira la que las mueve? ¿O es el temor a la vulnerabilidad propia? A veces, en lugar de enfrentar nuestras propias heridas o limitaciones, preferimos proyectar sobre el otro, hacer que su sufrimiento sea mayor que el nuestro, o reducirlo para sentir que tenemos el control. Pero este acto, lejos de liberarnos, nos condena a vivir en un ciclo destructivo, donde cada herida pasada es reabierta, cada momento de debilidad es explotado, y cada oportunidad de sanar se convierte en un campo de batalla.

Así, cuando te dicen “te conté mi trauma y lo reviviste”, no solo están hablando de un dolor antiguo. Están hablando de una nueva fractura en la relación, de una ruptura en la confianza que podría ser irremediable. En una relación sana, nuestros traumas no deberían ser una moneda de cambio, ni una amenaza. Deberían ser un terreno fértil en el que crecer, donde el amor se expresa a través de la comprensión y el cuidado, no mediante la herida y el daño.

Sanar juntos implica no solo reconocer el sufrimiento del otro, sino también protegerlo, no usarlo como una herramienta en nuestros momentos de debilidad. Al final, en una relación, lo más importante no es la historia de nuestros traumas, sino cómo elegimos cuidarnos mutuamente en el presente.

*Este blog es de carácter psicoeducativo. Si tienes dudas específicas o necesitas apoyo, consulta con un profesional de salud mental.Si te gustó este contenido, te leo en los comentarios o compártelo para que llegue a más personas. ¡Gracias por estar aquí!

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